lunes, 9 de agosto de 2010

Déjame que te cuente,…

(a la inocencia perdida)

Érase una vez un barquito pequeñito que zarpó con una enorme sonrisa a un lugar lleno de promesas.

Con rumbo fijo y suficiente combustible y alimentos para llegar a esa utopía soñada, empezó su travesía bordeando la costa.

El mar en calma de un azul brillante y una brisa cálida, le acompañaban haciendo que izara las velas contornándose sobre las olas mientras que, al caer la noche, las estrellas se iluminaban facilitándole su curso. Era como si el mar, el viento, el oleaje y el sol fueran sus compañeros de viaje; se sentía feliz surcando los mares de forma coqueta y elegante.

Sin embargo, ese sentimiento se desvaneció pronto. El mar, el viento, el oleaje y el sol le estaban transportando a un destino diferente, ¡le alejaban de sus sueños!

Rápidamente, rotó cambiando de sentido y se estremeció: el camino que debía atravesar era oscuro, borrascoso, revuelto y tormentoso. Triste por su ciega confianza, emprendió su nuevo trayecto. Luchó con todas sus fuerzas contra aquello que antes era amigo. Avanzaba lentamente mientras las grietas se formaban en su casco… El mar, el viento, el oleaje y la oscuridad fueron destruyendo su nave.

Abatido empezó a perder fuerza, confianza, vida,…. y dejó de luchar,… Cerró los ojos y la marea se calmó, y fue entonces cuando el mar, el viento, el oleaje y otra vez el sol, le portearon a puerto.

Abrió los ojos, no dónde soñaba, el destino había cambiado, él había cambiado,… el sueño se hundió en el mar hecho cenizas y en el cielo su reflejo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es bonito y muy triste, desde luego no incluiría este texto en un manual de autoayuda. Sigue escribiendo, felicidades. Pep.

MaRiOnNeTe dijo...

:) Gracias!! :) sí es triste, pero también dentro de cada experiencia hay un aprendizaje, una reflexión interna.